Sexo, gusto y disgusto

¿Por qué sexo, placer y aversión se encuentran tan íntimamente asociados?

Uno de los aspectos de la ciencia para mí más estimulantes es su capacidad para formularse preguntas sobre temas que, por su omnipresencia, aceptamos sin explicación. Uno de estos temas es, creo no equivocarme, el sexo. Nadie me discutirá que no muchos se formulan preguntas científicas sobre esta, no obstante, interesante materia para casi todos los humanos. Es comprensible. Lo mejor es que en las cada vez más raras ocasiones en las que el sexo se nos presenta, lo aceptemos con una sonrisa y no preguntemos absolutamente nada.

Pero los científicos que, a diferencia del común de los mortales, de vez en cuando dejan de pensar en este asunto, son capaces de transcender las pulsiones meramente corporales y formular elevadas preguntas sobre esta tan mundanal materia. Lo que es peor, se atreven a intentar responderlas efectuando excitantes experimentos en los que, por una vez, tal vez muchos desearían participar.

Una de estas preguntas es por qué las regiones erógenas y placenteras están asociadas a secreciones tan desagradables como la orina o el semen, y no se encuentran lejos de orificios por donde se secretan aún más desagradables y olorosos materiales de deshecho. Decía Sigmund Freud que un hombre capaz de besar apasionadamente en la boca a una mujer hermosa se disgustaría ante la idea de usar su cepillo de dientes. Esto es irracional y, no obstante, profundamente humano. ¿Por qué sexo, placer y aversión se encuentran tan íntimamente (nunca mejor dicho) asociados?

CONFLICTO EVOLUTIVO

El sexo como fuente de placer asociado a la procreación, y la aversión como mecanismo de defensa ante lo que podría causarnos el contagio de una enfermedad infecciosa (como las secreciones corporales) son dos funciones básicas que han entrado en conflicto a lo largo de nuestra evolución. Desarrollar aversión por las secreciones corporales ha podido ayudar a nuestra supervivencia al evitar que contraigamos enfermedades infecciosas debilitantes y con frecuencia mortales. Sin embargo, al mismo tiempo, la supervivencia de nada sirve si la aversión nos impide entablar relaciones sexuales para transmitir los genes a la siguiente generación, lo que necesariamente necesita de contacto corporal y de un intercambio de fluidos.

El conflicto entre estas dos fuerzas evolutivas contradictorias necesita ser resuelto alcanzando un equilibrio. Si este equilibrio no se alcanza (por ejemplo, se siente demasiada aversión por los fluidos corporales), esto podría ser causa de disfunciones sexuales, que tanto pueden afectar a nuestras vidas.

Así pues, no es baladí estudiar si la excitación sexual podría modular la aversión que sentimos frente a cosas desagradables, estén estas asociadas al sexo (sudor, semen), o no. En otras palabras: ¿sentimos el mismo desagrado ante el sudor o la saliva cuando estamos sexualmente excitados?

Esta cuestión ha sido meticulosamente estudiada por un grupo de psicólogos del departamento de psicología clínica y psicopatología experimental de la universidad de Groningen, en Holanda. Para abordarla, los investigadores reclutaron a 90 mujeres jóvenes y las repartieron al azar en tres grupos que se denominaron el grupo sexual, el no sexual y el grupo control. 

EXCITANTES  ESTUDIOS

El primer grupo lo formaron mujeres a las que se excitó sexualmente mediante la proyección de una película erótica, previamente calificada como excitante por un grupo independiente de 15 jóvenes estudiantes que no participaron en el estudio. El segundo grupo, el no sexual, fue estimulado mediante la proyección de una película de tema deportivo que inducía una buena secreción de adrenalina. Por último, el grupo control fue mantenido en estado neutral mediante la proyección de una película que versaba sobre un soso viaje en tren en el que no pasaba nada.
Tras mostrarles las películas, se pidió a las mujeres que realizaran 16 tareas desagradables en mayor o menor grado, algunas relacionadas con el sexo, como lubricar un vibrador con las manos; otras, no, como beber agua de un vaso con un gran insecto dentro, o frotarse un cepillo de dientes usado sobre la mejilla durante cinco segundos. Estas tareas también habían sido previamente calificadas como más o menos desagradables, y más o menos sexuales, por un grupo independiente de 20 estudiantes. De esta manera, los investigadores establecieron una escala objetiva del valor sexual y aversivo de las tareas.

Los investigadores determinaron la frecuencia con la que cada tarea era completada con éxito por las mujeres de los tres grupos. Los resultados, publicados en la revista PLOS One, dejaron claro que las mujeres del grupo sexual completaron más tareas, en particular más tareas de naturaleza sexual, que las mujeres de los otros dos grupos. Además, su sensación de aversión al completarlas fue menor.Los autores concluyen que las mujeres se comportan de manera similar a los hombres (estudiados en un trabajo anterior) respecto a las sensaciones aversivas relacionadas con el sexo. 
Concluyen también que la excitación sexual, por mecanismos que aún no están claros, disminuye temporalmente nuestra sensación de desagrado frente a fluidos corporales y otras lindezas, lo cual permite que nos involucremos en la práctica del sexo (¡Aleluya!). No obstante, si no se alcanza un nivel de excitación sexual suficientemente elevado, las sensaciones aversivas pueden llegar a dominar e impedir que podamos disfrutar de las relaciones sexuales. Quizá por esta razón, entre otras, sea tan necesario un adecuado "calentamiento" antes de que unos y otras se comprometan a completar la faena.

OBRA DE JORGE LABORDA. 

○ 2017 Psychology Students' Association
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar